15/12/08

LA MEJORA DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS CENTROS ESCOLARES (Mª Teresa González)


Los centros escolares representan el contexto organizativo más cercano en el que ocurre el desarrollo de curriculum, el aprendizaje de los estudiantes y la actividad docente que realizan los profesores y profesoras. En tal sentido, tratar de abordar aquí, como se indica en el título, la mejora de la organización de los centros escolares conlleva, necesariamente, hablar de mejorar las condiciones, los procesos y las estrategias organizativas que posibiliten el desarrollo de aquellos valores y principios educativos, propuestas curriculares y procesos de enseñanza- aprendizaje que pretendemos.

Con frecuencia, cuando en ámbitos escolares se habla de organización es habitual pensar en aspectos formales y administrativos relacionados con la ordenación y la gestión del centro; aspectos que tienen que ver con cómo está estructurada la organización, qué órganos y cargos existen en ella y con qué funciones y responsabilidades, qué procedimientos están establecidos formalmente para tomar decisiones, planificar, coordinarse, etc.
Sin embargo, más que entender al centro escolar como una entidad estructurada y con una serie de funciones regladas que existe y pervive independientemente de las personas que lo constituyen, consideraremos que las organizaciones escolares son una realidad social que no se pueden pensar ni entender al margen de las personas que la forman y de sus relaciones y actuaciones.

Los centros escolares, como decía, son personas (posiblemente con intereses, concepciones, necesidades diferentes) que se relacionan unas con otras, que interpretan y atribuyen significados a lo que ocurre en su entorno de trabajo y a los acontecimientos en los que están cotidianamente implicados. Son los miembros de la organización, a través de esos procesos interactivos e interpretativos, los que van generando y sosteniendo determinados modos de dar sentido a la realidad en la que están inmersos, y determinados modos de entender y hacer frente al funcionamiento organizativo; son ellos, en definitiva quienes construyen la realidad organizativa del centro.
En ese sentido, puede decirse que una organización no mejora por sí misma; son las personas las que la mejoran al mejorar sus acciones, supuestos y actitudes. Y eso significa que es necesario desafiar las cosas, no abandonare a la idea de que lo organizativo se mueve diariamente sin nuestra participación; no dar por sentado, en definitiva, que la organización es algo separado de nosotros mismos y nuestras acciones.
El funcionamiento organizativo de un centro, en consecuencia, no viene definido única y exclusivamente por lo que está establecido en las declaraciones formales y oficiales, en los planes institucionales o en los organigramas del centro, sino también, y sobre todo, por la recreación que de ello hacen las personas que lo constituyen, mediatizados por valores, creencias, concepciones, supuestos que orientan la práctica diaria del mismo. Dicho en otros términos, los centros son como son porque así han sido establecidos, pero también porque así los construyen quienes los habitan.
Un centro escolar no es sólo una estructura organizativa que haya que gestionar y administrar en sus aspectos formales (ordenar horarios de alumnos y profesores; planificar calendarios de reuniones, arbitrar espacios, etc.) echando mano de procedimientos más o menos burocráticos, responsabilizando de ello a algunos de sus miembros. Además de los aspectos formales, en el centro coexisten otros informales e implícitos; al lado de procesos que aparentemente son racionales también encontramos otros que no lo son tanto; junto a supuestos consensos aparecen conflictos y tensiones de diverso signo, y todo ello contribuye a que las actuaciones organizativas estén sometidas a múltiples fuerzas e influencias, pudiendo tener, además, efectos sutiles, no siempre previstos, ni iguales a lo largo del tiempo.
No podemos, pues, pensar la organización en términos simples asumiendo que lo que está formalmente establecido garantiza el adecuado funcionamiento del centro. Más allá de lo formal y de la aparente racionalidad existen otros muchos ingredientes clave en el funcionamiento cotidiano de la organización: las relaciones diversas que se establecen entre sus miembros; las creencias y códigos normativos tácitos; los patrones más o menos rutinarizados de actuación; los hábitos adquiridos con el tiempo; las funciones implícitas realizadas por algunos, etc. Lo que define a la organización, por tanto, no son sólo sus estructuras y planes formales, sino también cómo se utilizan realmente tales estructuras, qué relaciones se potencian y desarrollan entre sus miembros; cómo se abordan y llevan a cabo los procesos organizativos, qué valores se cultivan y expresan en las prácticas cotidianas del centro, qué relaciones cómo y porqué se mantienen con la comunidad y el entorno, y cómo todo ello contribuye o dificulta el desarrollo de procesos educativos ricos y valiosos para los alumnos.
En ese sentido, cuando hablamos de organización escolar hablamos, sobre todo de, las dinámicas internas de la vida organizativa y las condiciones que promueven que estas ocurran en uno u otro sentido. Lejos queda, pues, entender que lo organizativo y lo educativo son aspectos separados, cada uno de los cuales sigue su propia lógica y desarrollo, el considerar que lo organizativo se refiere únicamente a las normativas, las estructuras, temas de ordenación y de gestión.

Los centros escolares en cuanto organizaciones son realidades sociales en las que coexisten de modo entrelazado múltiples dimensiones organizativas. Todas ellas desempeñan su papel en las dinámicas de mejora. En lo que sigue me referiré básicamente a la dimensión estructural, relacional, cultural y procesual de los centros y su importancia en el funcionamiento y mejora de los mismos

Las estructuras organizativas del centro: Cualquier centro escolar cuenta siempre con una estructura organizativa formalmente establecida, pensada para que la organización coordine su actividad y lleve a cabo las tareas necesarias para ir logrando los propósitos que tiene planteados.

La estructura de un centro representa su dimensión más formal y viene a ser el esqueleto o el andamiaje sobre el que se asienta la organización: establece las funciones, tareas, responsabilidades de los miembros y unidades organizativas, los mecanismos formales para la toma de decisión, la relación y coordinación entre las partes de la organización y entre ésta y su entorno. En ese sentido, conforma en gran medida las relaciones que ocurrirán en el centro y posibilita o constriñe las actuaciones de los miembros. Las estructuras de la organización también disponen formalmente cómo distribuir tiempos, cómo organizar recursos y espacios en el centro.
En nuestras escuelas las estructuras, que oficialmente vienen definidas y reguladas como estructuras de participación, anidan formalmente la posibilidad de desarrollar relaciones y procesos de toma de decisión democráticos y participativos, y abren, también formalmente, la posibilidad y oportunidad de que los planteamientos y prácticas del centro puedan construirse democráticamente, con las voces de todos.
Sin embargo, conviene tener en cuenta que ese andamiaje organizativo por sí sólo no va a asegurar un adecuado funcionamiento del centro. Como señalaba antes, esta dimensión estructural coexiste con otras en un engranaje complejo que sólo se mueve a condición de que todas lo hagan en un sentido más o menos coherente. El centro escolar no es sólo lo que se estipule formalmente (órganos y cargos con ciertas funciones y responsabilidades, reglas para llevar a cabo ciertas tareas, calendarios de reuniones...) y en ese sentido un centro no funcionará educativamente bien ni será democrático sólo porque tenga las estructuras que pueden contribuir a ello. Las posibilidades que ofrecen las estructuras han de materializarse a través del desarrollo, de aquellos procesos participativos que giren en torno a contenidos educativos importantes para la vida y el funcionamiento del centro. En esta línea, cualquier centro, aunque dispone de una autonomía organizativa limitada a este respecto, ha de definir y clarificar sus estructuras, dotarlas de sentido y ponerlas en funcionamiento a la luz de los propósitos educativos acordados y clarificados en él. Así mismo, en momentos particulares, y para determinados proyectos de mejora, un centro habrá de plantearse la necesidad de articular estructuras menos rutinarias y estables que las habituales y más flexibles y temporales. Aunque las estructuras por sí solas no conllevan la consecución del centro que pretendamos ser y la educación que consideremos valioso desarrollar, ello no significa que hayan de ser desconsideradas y devaluadas. No son suficientes pero son necesarias. Particularmente importantes en el desarrollo del centro son las estructuras para su gobierno, así como aquellas para la coordinación y el trabajo de los profesores y para el aprendizaje de los alumnos.

Como señalaba anteriormente, la organización y la vida organizativa de los centros escolares no se construye sólo externamente, a partir de normativas y regulaciones, sino también internamente y día a día a partir de las relaciones de diversos signo que mantienen sus miembros. Las diversas formas y contenidos de relación que se desarrollan en un centro marcan el tono y vida social del centro; pero, además, el cómo sean los patrones de relación que se hayan desarrollado a lo largo del tiempo, su mayor o menor repercusión en el devenir de los acontecimientos educativos del centro y los valores, supuestos, creencias sobre los que se articulan o contribuyen a cultivar, determinan en gran medida el funcionamiento del centro.

Los procesos que lleva a cabo una organización escolar para ir funcionando día a día e ir mejorando como organización (planificación, desarrollo de planes, dirección, coordinación, liderazgo, evaluación...) no ocurren al margen de las estructuras existentes en la organización, de las relaciones y patrones de relación habituales entre sus miembros, ni de los valores, creencias, supuestos que se promueven, cultivan y subyacen a la vida y actuación en el centro. A nadie se le escapa que, por ejemplo, la planificación en el centro y en sus unidades organizativas no tendrá el mismo sentido y significado, no se desarrollará del mismo modo ni su utilidad será percibida de modo similar en un centro cuyas estructuras sólo existan formalmente de cara a la galería, sus relaciones profesionales sean esencialmente individualistas o fragmentadas o en el que se considere la planificación como un mero formalismo burocrático, que en otro en el que las estructuras se estén utilizando para dinamizar y coordinar la actuación del centro, en el que predomine la colaboración profesional o en el que se valore y se esté comprometido, profesional y éticamente, con alcanzar un funcionamiento educativo coherente, coordinado y orientado al aprendizaje de todos los alumnos.
Los procesos que ocurren en el centro, el cómo y por qué se llevan a cabo, las posibilidades que abren o cierran, el valor y la importancia que se les atribuye también pueden constituir un caldo de cultivo para ir modificando poco a poco patrones de relación, dinámicas de participación e implicación, en definitiva, valores y creencias.
En última instancia, las culturas organizativas, los modos de ser y pensar como organización se modifican muy lentamente y siempre a través de actuaciones y prácticas inspiradas en los valores y principios educativos que han de definir una escuela pública y democrática. Igualmente podríamos decir de la participación: el centro no será participativo solo por disponer estructuras para la participación sino cuando en él se potencien prácticas y actitudes de participación que impregnen todas las facetas curriculares y pedagógicas del centro y sus aulas. Así pues, los procesos que lleva a cabo un centro, no pueden ser pensados ni mejorados al margen de otros aspectos organizativos ya comentados pero, al tiempo, el cómo y por qué se encaren tales procesos y los contenidos sobre los que se articulen incidirán, de uno u otro modo, en aquellos.

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